Domingo, 18 de noviembre, primera quedada del día, a las 9:30 en Glorieta de Camino de la Aguas, los Pedros (Pedro “El limpio”, y Pedro Cubero) y un servidor (Juan Miguel). Ausente por motivos justificados, José Manuel, al resto que faltan, ni se les nombra.
Primeros comentarios del
hermanísimo del que suscribe, manifestando su crítica a “mis estupendos”
guardabarros recién adquiridos, y echando flores a sus “maravillosos” puños
recién obtenidos por Internet (y eso que los puños son asimétricos, y solo se
lo ocurre cortarlos), uno que está ya de vuelta de estas lides, decide picar un
poco al hermano, indicándole que el camino que íbamos a recorrer no era solo Morille,
sino que llegaríamos hasta San Pedro de Rozados, a lo cual se recibe el ya
clásico comentario “nosotros nos damos la vuelta”.
En el inicio del carril bici se
incorpora Fernando, y continuamos camino del Puente Romano, lugar de encuentro
con Paco y su primogénito Pablo. A todo esto el carril bici con bastantes
charcos de agua, y “alguien” luciendo palmito con sus guardabarros.
Son las 9:45, y los Sánchez (no los de Vaya Semanita, aunque
también sean de Salamanca) no han llegado, comienzan las deliberaciones de
hacia dónde podemos dirigirnos, pues al llover la noche anterior, los caminos
no deben estar muy allá: que si a Morille, que si a San Pedro del Valle, total
que se decide ir a San Pedro del Valle, aun existiendo discrepancias y ya
reunidos con los Sánchez en el cruce del Puente de la Universidad.
El Router Fernando decide
adelantarse (visto que no hay uniformidad de criterios, parecemos de Tributos)
y tirar dirección a la Facultad de Economía. Comienza la primera subida al
“Mortirolo” (nunca mejor dicho, teniendo en cuenta donde se encuentra “dicho
repechín”, ¿A quién habré oído dicha expresión?). Cada uno a su manera, unos de
pie, otros sentados, unos a un ritmo rápido, otros a un ritmo lento, todos
subimos “nuestra penitencia”.
Descenso rápido hacia el Doña
Brígida con el grupo partido, encabezado por Fernando y cerrándolo el cronista
de hoy, se produce una semiagrupacion a la altura del hotel anteriormente
citado. Con paciencia y consternación escucho el comentario de uno de los
invitados, sobre su subida y la de un servidor. ¡Santo Dios! Me recuerda al
guardado en el rincón del cajón de abajo “Mercury”. ¡En fin! prosigamos con la
crónica; después del reagrupamiento continuamos a buen ritmo: El Puerto de la
Anunciación (que será de la Anunciación, pero de puerto, nada de nada), Florida
de Liébana y parada en El Pino de Tormes, alimentación y calentada de pies,
pues alguno, pero sobre todo un servidor los lleva “heladitos” (esto está en
vía de solución), y por tanto, como diría Fray Luis, “cinco minutos con derecho
al pataleo”.
Continuamos la marcha dirección a San Pedro del Valle, y después
de diversas dudas, si dirigirnos a San Pedro o hacia Almenara de Tormes, y
aburridos de tanta carretera y alguno de oír comentarios, visto que los caminos
no parecían estar en mal estado, desviamos nuestra ruta para dirigirnos hacia
la encina milenaria de Zaratán. Comienza
el camino con buen firme, pero al poco comienza un pequeño barrizal, y tras un pequeño ascenso
continuado, entre el ganado que mansamente pasta, llegamos a la encina milenaria
que todos conocemos, excepto Pablo. Los “Pedros”, eso sí, cumplieron su amenaza
(“nosotros nos damos la vuelta”) y retrocedieron tras la entrada en el camino.
(¿Algún día empezarán a disfrutar de los caminos? ¡Tal vez!).
Parada para las primeras fotos de
la crónica, y salida a la carretera, dirección Parada de Arriba. Una vez allí,
y no sin oír los disparos que se oyen al fondo en un campo de tiro al plato,
buscamos la carretera que une dicho pueblo con Florida de Liébana, lugar por
donde volveríamos a Salamanca. A mitad de recorrido al pasar por Villaselva,
nos paramos ante el Olmo centenario o milenario que existe, para presentárselo
a Pablo, fotos ante el mismo, no sin la desconfianza de Pablo, ante los
ladridos que se oyen de los perros que habitan en el lugar.
Por fin nos dirigimos de vuelta a
Salamanca a buen ritmo, pero antes quedaba la subida de Doña Brígida, es decir
la Subida al Mortirolo (bautizada últimamente como “La Cuesta de Jesús Galán”),
¿A saber por qué es conocida con dicho nombre? Por la parte suave y larga (se parece
a los primeros kilómetros del Tourmalet), la cual a un servidor se le hizo muy,
pero que muy larga, y por supuesto no tan suave en esta ocasión. Eso sí, fui
subiendo tomándomela con filosofía, y observando minuciosamente las señales de
tráfico, por si acaso.
Alcanzada la cima, la ruta se dio
por finalizada, esta vez nadie oyó, “mi
cuerpo pide birra”, ante tal silencio todos para su casa, llegada al hogar con
una hora de adelanto, y sin birra en el cuerpo.
¡Dios mío, donde
hemos llegado!
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